CORAZÓN A LA DERIVA
Después de haberte amado
fielmente con toda mi alma...
Después de habernos entregado
en fugazmente fogosa carne viva.
Después de imaginarte idolatrada,
como lo más sagrado de mi vida.
Tristemente me dejaste despechado,
con mi mal herido corazón a la deriva...
Después de tantos mágicos momentos,
amorosamente alborozados por
enfervorizadas idílicas ilusiones,
cuando cariñosos fusionábamos
apasionado abrazo y voluptuosos besos;
hoy, errante y embriagadamente
vago y divago cargando a cuestas,
mi adolorido corazón a la deriva...
Solo sepulcral sombra y silencio
infaustamente nublan mi camino.
Penosamente padezco el síndrome
sardónico de sórdidas pesadillas,
retumbando en mi recóndito recuerdo,
el tedioso eco de tu amarga ausencia,
que en mis espantosas noches nefastas
implacablemente me recalca la
angustiosa y cruel certeza de saber,
que agoniza acongojadamente mi
desilusionado corazón a la deriva...
Con tremulante ternura, no me resigno a
soportar el designio doloroso de perderte;
muriendo vivo con desdichado desvarío,
frustradamente fracasado y desmesurado
delirio, al presumir conservar inalterable la
dulcificante dicha por pretender quererte.
Quiméricamente exhorto al magnánimo
mesías redentor de mundanas miserias,
me purgue de la pesadumbre al no tenerte, y
evite este crucificante calvario que cruelmente
castiga a mi consternado corazón a la deriva...
Víctor Garay
Para Laura, con
trémula ternura...
Después de haberte amado
fielmente con toda mi alma...
Después de habernos entregado
en fugazmente fogosa carne viva.
Después de imaginarte idolatrada,
como lo más sagrado de mi vida.
Tristemente me dejaste despechado,
con mi mal herido corazón a la deriva...
Después de tantos mágicos momentos,
amorosamente alborozados por
enfervorizadas idílicas ilusiones,
cuando cariñosos fusionábamos
apasionado abrazo y voluptuosos besos;
hoy, errante y embriagadamente
vago y divago cargando a cuestas,
mi adolorido corazón a la deriva...
Solo sepulcral sombra y silencio
infaustamente nublan mi camino.
Penosamente padezco el síndrome
sardónico de sórdidas pesadillas,
retumbando en mi recóndito recuerdo,
el tedioso eco de tu amarga ausencia,
que en mis espantosas noches nefastas
implacablemente me recalca la
angustiosa y cruel certeza de saber,
que agoniza acongojadamente mi
desilusionado corazón a la deriva...
Con tremulante ternura, no me resigno a
soportar el designio doloroso de perderte;
muriendo vivo con desdichado desvarío,
frustradamente fracasado y desmesurado
delirio, al presumir conservar inalterable la
dulcificante dicha por pretender quererte.
Quiméricamente exhorto al magnánimo
mesías redentor de mundanas miserias,
me purgue de la pesadumbre al no tenerte, y
evite este crucificante calvario que cruelmente
castiga a mi consternado corazón a la deriva...
Víctor Garay
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