"LA SOMBRA DEL APOSTADOR", del escritor ecuatoriano Javier Vásconez, se constituye en "una novela que se singulariza en el contexto de la narrativa ecuatoriana y del resto del mundo hispánico, porque no se deja seducir por los artificios de la fantasía o la imaginación hiperbolizada, las historias testimoniales de actualidad, la exoeriencia homosexual u homofóbica, el kitsh, la parodia o la recreación de personajes y épocas remotas". Alejandro Querejeta Barceló (cf. prólogo de La sombra del apostador. Javier Vásconez. Biblioteca de la Ilustre Municipalidad de Guayaquil, 2007).
Como siempre, Váscones le apuesta (para jugar con el título de la obra) a personajes muy conflictivos, productos de una minuciosa construcción psicoanalítica de lo spersonajes, como es el caso de Roldán, Aníbal Ibarra, el coronel, Sofía, Rumazo, el Dr. Kronz y muchos personajes más. Los espacios son muy variados, desde el Quito colonial hasta las ciudades latinoamericanas y europeas.
"En aquel tiempo yo no era nadie. Además no tenía nada que hacer, y por ahí empezó la locura. Fue una conciencia solitaria y gozosa, como si algo se hubiera emancipado dentro de mí. Tan rápido y prodigiosos que empecé a sacar algunas cartulinas de la oficina, las pegaba sobre la pared del estudio, y por la noche las contemplaba a la luz de una lámpara. Tenía la impresión de haber tocado fondo. Sostenía entre mis manos esa acumulación de círculos enmarañados, de paisajes erosionados, de huellas pringosas donde figuraba la identidad de una prostituta ola de un modesto carpintero. Aunque me temblaban las manos cuando abandonaba el edificio, no quería seguir culpándome por lo hecho. Eran los tiempos en que Sofía aún no había entrado en mi vida, cuando yo demabulaba con un abrigo por la ciudad, intentando en vano imaginar su figura detrás de una ventana de cristales rotos, sin saber que pronto vendría, acaso una tarde de lluvia". (Op. cit., p.108)
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