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viernes, 19 de agosto de 2022

CRISTIAN GABRIEL LINCANGO: MENCIÓN DE HONOR IV CONCURSO NACIONAL DE POESÍA DAVID LEDESMA

 

CRISTIAN GABRIEL LINCANGO: MENCIÓN DE HONOR

IV CONCURSO NACIONAL DE POESÍA DAVID LEDESMA

 

Cristian Gabriel Lincango

RAPSODIA DE UN HOMBRE QUE SE MIRA EN EL ESPEJO

 

                    I

Le confieso el profundo

dolor que siento al dejar a mi hija,

los juegos carruseles en los parques perdidos,

los árboles de otoño,

el río de aguas negras por el que viajo,

por el que sueño,

por el cual

(sin quererlo)

me devuelve a ella,

 y me asfixia con sus ramas,

y me tumba de raíz,

y me puede con su miedo para acercarme en vilo a sus fronteras,

a su espesura

(su también soy)

y puedo devorarte

como un tigre

que saca sus garras

bajo la sombra

de/esta/ selva/ maldita.

 

             II

Inclemente y ciega

me habla en su lenguaje de nido,

de pájaro,

de vuelo al trasfondo de la nada.

Porque estoy vacío y libre de todo prejuicio.

En mi mente/avión no pueden

dispararme porque aprendí que el

reflejo del retrovisor puede más que un dardo

en el corazón invierno,

en el corazón de agosto,

en el corazón robot de un niño ciego

que palpa con sus manos

lo que no siente para volver

al principio

al final

(y de regreso)

al cuento de la niña subyugada

en el bosque de serpientes. 

 

                     III

Ya es tiempo de achicar los oídos,

destruir su presencia,

ser tímpano afiebrado bajo el agua de las evocaciones;

porque el recuerdo puede más

que el puente en donde Amy Adams

sollozó a las estrellas mientras

Cumandá se entregaba a los solsticios

para olvidar la carne,

para olvidar el verbo,

para olvidar el soy,

el quiero,

(el ser)

que perdió a su esposa en el parque de ataúdes,

porque solo los muertos saben

lo que nos espera al cruzar el límite finito:

y tranquilizar un millar de mariposas,

y cambiar las cenizas del pasado,

y fumarse un cigarro sin temor a tumores cancerígenos.

 

                     IV

Ya es tiempo de seguir,

dice el maestro Zen sentado

a la vera de un lago cristalino.

Ama lo impalpable con un amor sacro y profundo,

tiempla las maderas del olvido,

los finos hilos del desastre,

vuelve a cuando eras niño y

jugabas a rabietas en el monte y en el campo,

sobre la arena apilada en el patio

que tus padres compraron

 para levantar una casa hipotecada.

 

Vuelve a la cabeza de los árboles y a la sombra de los astros.

Mira fijamente la televisión:

adentro, hay cien cuerpos mutilados;

afuera, una niña que camina en las calles desoladas.

Mañana, dice el burócrata público,

la encontraron con las piernas destrozadas.

 

Sana con la luz de la cascada,

con el viento de la costa y la fuerza de la sierra.

Sana en tu montaña de ancestros,

con los huesos de tus padres y la sangre de tus hijos.

Si yo fuera Lao Tsé, diría:

 “ese pájaro amarillo va de rama

en rama sin pensar en su alimento”.

 

                  V

Usted piensa y sufre.

Niños cargando un fusil entre sus manos.

Caminos desolados. Desiertos infinitos.

Una mujer sostiene un bulto entre sus brazos.

La realidad es un cadáver que sonríe

mostrando la boca que no tiene.

La realidad es el hambre de los ciegos y el rostro

de los pobres.

 

Mi realidad es Alessa,

sus manos invisibles detrás de mis espaldas.

Un dibujo con un árbol y un sol pintado

con fragmentos amarillos.

Al reverso, una nota que dice:

“no te vayas, papá”. 

 

Mi realidad es la esposa que no tengo,

que no tuve,

porque la realidad es que nada de lo que creemos

nuestro nos pertenece.

 

Ana María de olas invisibles (digo),

yo te evoco a 1000 metros de distancia

caminando de la mano de tu amante argentino.

 

                     VI

Aprendí de las cosas simples,

de la vida simple.

Un monje reza bajo un árbol bodhi

y un viejo ríe al mirar una marmota.  

Mas calmado pienso en el centro de Ucrania.

Pienso aeropuerto y un punto indistinguible

en el espacio.

Pienso unicornio y unas manos extendidas

bajo un cesto.

 

Pienso en la guerra con dos hombres

rescatando los pedazos de una niña en los escombros.

Miro un pájaro derribado en las alturas.

Quien desciende tiene el rostro de mi padre.

Es un rostro parecido al de mi padre

aunque muy posiblemente no se le parezca. 

Yo lo miro y no puedo evitar

pensar en los azotes,

las bofetadas,

sangre como un río

cayendo de mis ojos

y mi madre sentada

en una banca con espuelas

llorando derretida

en un mar de falsas esperanzas.

 

                    VII

Mas allá, un viejo me sonríe.

Puedo confesarle el profundo dolor que hoy siento,

aunque nada sea perfecto siento la vida,

sus frutos intangibles.

Puedo sentir su presencia,

las semillas que germinan junto al viento.

Las risas de los niños, el cuerpo de azafata

que me dice que el dolor va desapareciendo:

al menos hoy

y puede que quizás mañana,

siempre y cuando

el hombre que soy mire con

muchísima atención al hombre

que es frente al espejo.

 

Semblanza

C. Gabriel Lincango Palacios nació en Quito, Ecuador, en 1991. Cursó sus estudios superiores en la Escuela Superior de Policía “Gral. Alberto Enríquez Gallo”. Actualmente ostenta el grado de teniente y es el coordinador de la policía preventiva comunitaria de la Subzona Manabí Nº 13, en donde se destaca su aporte en varias ferias ciudadanas. Ha participado en diversos concursos literarios de cuento y poesía. Además de poseer cursos y diplomados sobre creación literaria y estructura del cuento. 

 

Foto: Cortesía del autor.

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