CRISTIAN GABRIEL LINCANGO: MENCIÓN DE HONOR
IV CONCURSO NACIONAL DE POESÍA DAVID LEDESMA
RAPSODIA DE UN HOMBRE QUE SE MIRA EN EL ESPEJO
I
Le confieso el
profundo
dolor que siento
al dejar a mi hija,
los juegos
carruseles en los parques perdidos,
los árboles de
otoño,
el río de aguas
negras por el que viajo,
por el que sueño,
por el cual
(sin quererlo)
me devuelve a ella,
y me asfixia con sus ramas,
y me tumba de raíz,
y me puede con su
miedo para acercarme en vilo a sus fronteras,
a su espesura
(su también soy)
y puedo devorarte
como un tigre
que saca sus
garras
bajo la sombra
de/esta/ selva/
maldita.
II
Inclemente y ciega
me habla en su
lenguaje de nido,
de pájaro,
de vuelo al
trasfondo de la nada.
Porque estoy vacío
y libre de todo prejuicio.
En mi mente/avión
no pueden
dispararme porque
aprendí que el
reflejo del
retrovisor puede más que un dardo
en el corazón
invierno,
en el corazón de
agosto,
en el corazón
robot de un niño ciego
que palpa con sus
manos
lo que no siente
para volver
al principio
al final
(y de regreso)
al cuento de la
niña subyugada
en el bosque de
serpientes.
III
Ya es tiempo de
achicar los oídos,
destruir su
presencia,
ser tímpano
afiebrado bajo el agua de las evocaciones;
porque el recuerdo
puede más
que el puente en
donde Amy Adams
sollozó a las
estrellas mientras
Cumandá se
entregaba a los solsticios
para olvidar la
carne,
para olvidar el
verbo,
para olvidar el
soy,
el quiero,
(el ser)
que perdió a su
esposa en el parque de ataúdes,
porque solo los
muertos saben
lo que nos espera
al cruzar el límite finito:
y tranquilizar un
millar de mariposas,
y cambiar las
cenizas del pasado,
y fumarse un
cigarro sin temor a tumores cancerígenos.
IV
Ya es tiempo de seguir,
dice el maestro
Zen sentado
a la vera de un
lago cristalino.
Ama lo impalpable
con un amor sacro y profundo,
tiempla las
maderas del olvido,
los finos hilos
del desastre,
vuelve a cuando eras
niño y
jugabas a rabietas
en el monte y en el campo,
sobre la arena
apilada en el patio
que tus padres
compraron
para levantar una casa hipotecada.
Vuelve a la cabeza
de los árboles y a la sombra de los astros.
Mira fijamente la
televisión:
adentro, hay cien
cuerpos mutilados;
afuera, una niña
que camina en las calles desoladas.
Mañana, dice el
burócrata público,
la encontraron con
las piernas destrozadas.
Sana con la luz de
la cascada,
con el viento de
la costa y la fuerza de la sierra.
Sana en tu montaña
de ancestros,
con los huesos de
tus padres y la sangre de tus hijos.
Si yo fuera Lao Tsé,
diría:
“ese pájaro amarillo va de rama
en rama sin pensar
en su alimento”.
V
Usted piensa y
sufre.
Niños cargando un
fusil entre sus manos.
Caminos desolados.
Desiertos infinitos.
Una mujer sostiene
un bulto entre sus brazos.
La realidad es un
cadáver que sonríe
mostrando la boca
que no tiene.
La realidad es el
hambre de los ciegos y el rostro
de los pobres.
Mi realidad es
Alessa,
sus manos
invisibles detrás de mis espaldas.
Un dibujo con un
árbol y un sol pintado
con fragmentos
amarillos.
Al reverso, una
nota que dice:
“no te vayas,
papá”.
Mi realidad es la
esposa que no tengo,
que no tuve,
porque la realidad
es que nada de lo que creemos
nuestro nos
pertenece.
Ana María de olas
invisibles (digo),
yo te evoco a 1000
metros de distancia
caminando de la
mano de tu amante argentino.
VI
Aprendí de las
cosas simples,
de la vida simple.
Un monje reza bajo
un árbol bodhi
y un viejo ríe al
mirar una marmota.
Mas calmado pienso
en el centro de Ucrania.
Pienso aeropuerto
y un punto indistinguible
en el espacio.
Pienso unicornio y
unas manos extendidas
bajo un cesto.
Pienso en la
guerra con dos hombres
rescatando los
pedazos de una niña en los escombros.
Miro un pájaro
derribado en las alturas.
Quien desciende
tiene el rostro de mi padre.
Es un rostro
parecido al de mi padre
aunque muy
posiblemente no se le parezca.
Yo lo miro y no
puedo evitar
pensar en los azotes,
las bofetadas,
sangre como un río
cayendo de mis
ojos
y mi madre sentada
en una banca con
espuelas
llorando derretida
en un mar de
falsas esperanzas.
VII
Mas allá, un viejo
me sonríe.
Puedo confesarle
el profundo dolor que hoy siento,
aunque nada sea
perfecto siento la vida,
sus frutos
intangibles.
Puedo sentir su
presencia,
las semillas que
germinan junto al viento.
Las risas de los
niños, el cuerpo de azafata
que me dice que el
dolor va desapareciendo:
al menos hoy
y puede que quizás
mañana,
siempre y cuando
el hombre que soy
mire con
muchísima atención
al hombre
que es frente al
espejo.
Semblanza
C. Gabriel Lincango Palacios nació en
Quito, Ecuador, en 1991. Cursó sus estudios superiores en la Escuela Superior
de Policía “Gral. Alberto Enríquez Gallo”. Actualmente ostenta el grado de
teniente y es el coordinador de la policía preventiva comunitaria de la Subzona
Manabí Nº 13, en donde se destaca su aporte en varias ferias ciudadanas. Ha
participado en diversos concursos literarios de cuento y poesía. Además de
poseer cursos y diplomados sobre creación literaria y estructura del
cuento.
Foto: Cortesía del
autor.
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