Volviendo a inicio
El mar estaba de un azul precioso, ni obscuro como cuando empezaba a atardecer o amenazaba lluvia, ni demasiado claro, como en las piscinas. Era un azul celeste hermoso, reflejando un cielo con apenas nubes que parecían copos de algodón, ligeras y traslúcidas. Sí, era un día hermoso y el ambiente aún no se llenaba de la humedad de otras mañanas, estaba fresco. Nora calculaba unos 22 grados, casi frío para los habitantes nativos; pero para ella era como un suave verano. Sin embargo ya no se dejaba engañar por el clima apacible de las mañanas, como aquella. Las tardes podían ponerse obscuras y de pronto caer una lluvia tan pesada como una cortina e incluso llegar a una tormenta pasajera. Cuando eso ocurría, los turistas corrían a buscar uno de los innumerables bares frente a la costanera.
Era temprano, las 8 menos 5. El bus llegaría en punto, como siempre. Y Nora empezaría otro día de turismo sola, como la última semana. Recordando… Tres años atrás, todo parecía un cuento de hadas, ¡qué frase trillada!, pero así se sienten los jóvenes cuando están recién casados y parece que son la pareja perfecta. ¡El ser humano es tan predecible! Esteban, su esposo, le había dado el gusto llevándola de luna de miel a Hawai, aunque él continuaba pegado a su computadora portátil, casi no había emitido una sílaba desde que salieran del hotel e iniciado las visitas guiadas. Salvo en el Luau, donde se había mostrado extrovertido y conocedor de la cultura local, lo que sorprendió a Nora, dado que no se había mostrado especialmente entusiasmado en los días previos al viaje. Luego, ella se preguntaría si su flamante esposo sería tan calculador que se había comportado exactamente como lo haría ante uno de sus futuros jefes en la Unidad de San Diego.
Toda su luna de miel se reduciría entonces a eso: mañanas de turismo con apenas conversaciones sobre el hermoso paisaje que los rodeaba, ni siquiera compartir la atmósfera de silencio y sobrecogimiento, que como si fuera una catedral, embarga a los turistas cuando pasan sobre la figura del Arizona, que en días soleados y con una mar como la de este día, permite verlo como si fuera un gigante marino recostado en el fondo del mar. Para él todo había sido conexiones de negocios, oportunidades de ascenso e impresionar a sus futuros jefes y medir a los rivales, reales o imaginarios.
Habiendo nacido en un país latinoamericano, en vías de desarrollo pero con la suerte de pertenecer a ese mínimo porcentaje de clase media alta que podía estudiar fuera y cuyo padre era un conocido empresario; esa atracción por el mar, primero, y luego por la fotografía, no se entendía de dónde le venía; pero hoy estaba aquí y se iba a permitir hacer y disfrutar todo lo que no había podido en aquel primer viaje de luna de miel, que luego recordaría con un sabor agridulce.
Todas las visitas la emocionaron, tomó un millón de fotos a color, para poder tener la paleta completa de colores: un azul cielo suave, casi pastel, el azul fuerte del mar, el blanco de las olas como perladas contra la playa, el verde de la hierba en los campos por los que el bus pasaba, y a lo lejos se seguía divisando el mar, como telón de fondo y el cielo; la línea de horizonte entre ambos era muy tenue, como si de verdad se tocaran.
Al medio día llegaron a Pearl Harbor, almorzarían y luego continuarían con el recorrido del Memorial y al fin, la visita al Missouri, lo que no entendía por qué la perturbaba un poco. El bote de turismo dio varias vueltas alrededor del parque, mientras el guía explicaba la historia de cada embarcación hundida sobre la cual pasaban, el Arizona siempre despertaba ese sentimiento de sobrecogimiento, de nostalgia, incluso a los extranjeros: saber que había más de 1500 cuerpos ahí abajo, a cualquiera le causa un extraño sentimiento, tal vez de agradecimiento por no haber nacido en esa época, tal vez por estar simplemente vivo en el aquí y ahora.
Cuando terminó el recorrido, cada pasajero elegiría su actividad hasta las 18 horas, cuando se encontrarían en el punto de encuentro y volverían a sus hoteles. Nora eligió ir al Missouri, nuevamente esa sensación cuando vio la figura que representa al marinero que regresaba al terminar la guerra y besa a una enfermera en el muelle de Nueva York, foto famosísima, y ella quería llegar a eso, tener oportunidad de captar fotos tan llenas de emoción como aquella o como la que está como mural en la cubierta del barco, donde constan todos los testigos de la firma para el término de la guerra con Japón.
Y en
las cámaras anteriores hay otras fotos, más pequeñas, menos famosas pero
igualmente emotivas, de hombres y mujeres de la época, reunidos en grupos,
celebrando el fin de la guerra.
Al recorrer los pasadizos de las cubiertas vio nuevamente al viejo marino y al niño. El anciano le señalaba una vieja foto, un grupo, con uniformes y varios civiles, probablemente funcionarios periodistas. Nora se acercó para ver la foto que llamaba tanto la atención del viejo marino, quien al notar su presencia, se hizo a un lado y la vio, asombrado, al seguir su mirada. Nora se vio a sí misma en la foto, con una cámara antigua en la mano, sobre esa misma cubierta, riendo con un grupo de soldados, casi 60 años atrás.
Dra. Patricia Lara
SIEMPRE CAMBIA
El artista dejó el pincel en su mesa de trabajo,
tomó distancia del cuadro que pintaba y lo comparó nuevamente con el objeto de
su inspiración: la pequeña laguna en el prado, detrás de su cabaña. “¡Imposible! -se dijo-, aunque tardara mil años, nunca
podría plasmar en un lienzo todos los cambios de tonalidades que la luz refleja
en la superficie cambiante del agua… ¡Es
como la vida!, siempre cambia”.
SEMBLANZA DE LA DRA. PATRICIA LARA
La Dra. Casilda Patricia C. Lara Flores es natural de Guayaquil. Sus padres: Dr. Hugo Lara Romero, guayaquileño y la Sra. Casilda Flores García, riobambeña. Cursa estudios primarios y secundarios en el Colegio María Auxiliadora de la ciudad de Guayaquil, graduándose como Bachiller en Humanidades Modernas. Paralelo a sus estudios principales, estudia inglés en la Academia de Lenguas Bénédict, obteniendo su título correspondiente.
Colaboró con la
Fundación Rostros Felices, a cargo
del cirujano plástico Jorge Palacios; con quienes visitó varias regiones del
litoral, junto con los grupos norteamericanos que efectuaban cirugías
reconstructivas en personas de escasos recursos. Hizo su residencia de
Anestesiología en el hospital Alejandro
Mann, desde 1990 hasta 1993, en que
se integró al staff del mismo centro
hospitalario. Fue médico anestesiólogo
del Hospital Alejandro Mann y luego
del Roberto Gilbert hasta el año 2010,
donde fue Jefe del Departamento de Anestesiología, cargo que cumplió hasta el
año 2020.
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