lunes, 1 de febrero de 2021

"ITINERARIO DEL VIENTO" DE FAUSTO OCHOA - TERCER PREMIO EN CONCURSO DE POESÍA "DAVID LEDESMA"

 "ITINERARIO DEL VIENTO" - Poemario de Fausto Ochoa

                              TERCER PREMIO

              III CONCURSO NACIONAL DE POESÍA

                             "DAVID LEDESMA"


ITINERARIO DEL VIENTO

AUTOBIOGRAFÍA

Como me dan ganas un día de estos

desnudarle toda a mi nacencia,

y cubrirle las entrañas, con harapos

y los recuerdos que traigo en  estos versos.

Nunca comprendí

y no quiero comprender,

¡ya para qué!

Por qué el viento y la garúa

me regalaron este nombre

si los infaustos acariciaron

más de una vez,

cada milímetro del sur de mi nostalgia

y mojaron cuantas veces

el negro escorpión de mi destino.

Escuela poblada de inocencia,

a la vuelta de siete calendarios.

Alfabeto de nostalgia,

del remiendo y la querencia.

Fui compañero del mirlo,

del altamizo  y la pobreza.

Un día sin darme cuenta

llegué aquí, caminando descalzo

sobre la neblina y el silencio,

para no despertar la nostalgia

dormida en el rostro de la infancia;

pero, en mi corazón de motilón herido,

vine trayendo a escondidas  

un pueblo entero de penas;

distancia que se aleja y me acompaña.

Acá yo inventé la soledad

en seis años de Lógica,

Gramática y ecuaciones.

De pronto un día,

la aurora y la pobreza

me graduaron al fin

con un título que ya fue usado

por un roble de humildad

y me hice maestro como mi padre,

amigo del alba y la esperanza.

Ese mismo día,

me fui a fundar sueños,

en cada tienda, más allá

de los cuatro puntos cardinales.

En el camino me habitaron volcanes,

cansancios y huracanes.

Entonces, cambié la ausencia

por la sonrisa de un niño

y el polvo de la tiza,

y la ceniza de los años

por un abecedario y un poema

y la viruta del fin de la jornada

por una canasta de recuerdos.

Hoy casi al fin del camino

me siento al borde de cada madrugada

a inaugurar promociones de esperanza.

Tengo por amigos a mis alumnos;

pero más me gusta

ser amigo de mis nietos

con la única condición

que siempre me llamen de vos

y nunca me digan abuelo.

En mis ratos libres,

me dedico a escribir estos versos

que a veces nadie los entiende;

pero me han de servir algún día

cuando vuelva a buscar

en la profundidad de una noche,

la patria perdida de mi infancia,

cuando la encuentre

iré llevando conmigo

el alma llena de joyapas

cubierta con estos versos.

 

RETRATO DE MI MADRE

Así  era ella:

De la dimensión del aroma azul

de su fogón de eucalipto,

donde la ternura enchalinada

abrigaba el invierno de ocho décadas.

Verso perfecto de humildad,

inicial mayor de la pobreza, 

atada a la doméstica faena

de mitigar la pena

en la parcela del río

y su salario de jabón.      

Madre, cuantas veces hiciste

con tu pueblerina oración

el  milagro de multiplicar el grano

sobre la mesa de la resignación.

Madre, cotidiana lección

de silencio y  abandono.

Fuiste grande, como grande

fue tu último dolor.

Madre, cuantas veces

inundaste de  pájaros

el huerto  de mi infancia

y  pintaste de colores

mi  desordenado alfabeto de ayer.

Madre, allá donde estés,

estarás humedeciendo las enredaderas

de  mis inciertas madrugadas;

o estarás descalza apacentando 

mis  extraviados sueños,

o  sembrando  las nubes de rosarios,

tal vez con tus aldeanas manos

hilando bendiciones y escapularios.

 

ASÍ ERA ÉL

 Y se marchó,

con el penúltimo viento de agosto,

a instalar  sus penas

allá donde no llega septiembre

con su porfiada costumbre

de borrar  los caminos.

Allá  reinauguró el dolor.

junto al río y el barranco.

Allá donde se alimentaba

de  su amarga realidad, cocida a medias;

pobre ración de la tardanza.

Allá donde era dueño absoluto  y sin papeles

del empinado vuelo  del cóndor,

y su vagabundo, horizontal secreto,

Allá donde para pastorear la pobreza

le bastaba un  rebaño de esperanzas,

la redonda humildad de la torcaza y un suspiro.

Posada del páramo y la yunga.

Vecino de la bruma.

Caminante que cada  mañana

venía del otro lado del alba,

convocando al trabajo y la fatiga,

dando forma de ruego a la palabra,

en el predio de los pájaros y su porción de cielo

sin linderos ni alambradas.

De repente, en silencio, un día

apagó el fuego de allá.

Arrimó la ceniza de la espera,

en la distancia, junto al camino

por donde pasó una garúa peregrina.

Tomó un puñado de olvido

y se vino neblina arriba.

Acá colgó lo que le quedaba del alma,

en la alta cordillera, en alguna espiga del Sur,

donde nace y muere el viento

que viene por la fría herida de junio,

entre  la soledad del venado y el Buerán.

Así era Él:

Desdoblando los caminos,

de la aurora y la constancia,

de la esperanza y la fe,

recorriendo descalzo la geografía del hambre,

cargando un  sol en la espalda,

una ración de suspiros en las palmas

y una jornada de pesares  en las  tardes.

Y cuando la lluvia y el viento

le empujaron al abismo,

de  la pobreza, un día.

Me acurruqué al pie de su tristeza,

a la sombra de su  labriega pena,

a conversar con la lluvia,

allí mismo recibí mis primeras

lecciones de resignación,

en castellano  interrumpido

por la tarde, que se vistió de luto.

Entonces, nos sentamos

bajo el puente de la esperanza,

con el lobo del hambre triplicada a esperar.

Cuantas veces doblamos, los dos,

el camino del surco y la garúa,

atados  al cansancio;

al calendario del libro y el arado.

Así era Él:

Con su  cuerpo abatido,

faenado y afligido,

zoología de la duda,

salario de gavilla,

insuficiente para el porvenir.

Silvestre y manso corazón de montaña

donde habitaba en tajos la nostalgia.

Y recuerdo que un día  sin fecha

por el surco que ayer,

enterró la inocencia,

se abrió con paso incierto

un hombre, sin pasado

Ese era yo.

Y el otro compañero

de coyuntura humilde y sustantiva,

obediente del trabajo y la honradez,

legítimo dueño de la pobreza.

Aquel, que hizo de la tristeza

y la bondad su única morada.

Aquel, a quién más de una vez 

le arrinconó la pena,

pero nunca  la derrota.

Aquel, de andar lento y sereno.

Ese era Él:

Mi Padre, mi amigo y consejero.

 

MUDANZAS

Acabo de llegar,

tropezando con mi soledad,

cargando fatigado  

esta maleta de mudanzas. 

Traigo aquí entre otras cosas:

Unas  páginas descoloridas

y el alma cansada y vacía

al pié de cada cartilla.

Vengo harto de la negligencia

de la voz del reglamento,

la campana y el reloj,

renunciando al aroma del eucalipto

y   la menta del camino.

Un día no muy lejano

fui  confidente y hermano:

de la siembra de abril,

del frío y la soledad.

Siempre estuve recorriendo

la geografía de hambre

de la vocal y la esperanza.

Un día con el itinerario del viento

llegué hasta aquí,

Y aquí me encuentro abandonado,

sólo con éstos despojos:

un libro, una tarea, un nombre

y un corazón desierto, en busca 

de algo de paz, de  soledad y calma,

donde asentar este  poema,

y lo poco que me queda del alma.


LO QUE ME QUEDA

Hoy, que todo lo he perdido    

y  he cambiado el alegre

camino del rocío

por el silencio de estas calles vacías.

Hoy que  he cambiado

tantos octubres de esperanza

por el cultivo

de  tímidas flores de añoranza.

Hoy que me encuentro lejos

de la campana que olvidó mi nombre

de labrador   inconforme.

Hoy que me encuentro

lejos de la acuarela del lunes

y su Himno Nacional

aromado de poleo y hierbabuena.

Hoy que me encuentro abandonado

al otro lado del interrumpido

calendario del manual y la cartilla.

Hoy que en mi soledad

me acompañan,  azules recuerdos

que intenté inútilmente

dejarlos ignorados  

en algún lugar de un patio de recreo

y que porfiados aún se columpian

aquí adentro y  sobreviven 

al  tiempo y al olvido.

Hoy  sólo me queda

el transparente camino  de la escarcha,

que vine recogiendo del  alma de los niños.

Hoy que he llegado hasta aquí

con estos pasos vegetales

de  eucaliptos y retamas

donde termino  la jornada,

tengo unas ganas calladas

de volver a recoger algún día

una vocal que quedó atrapada

y malherida en cuatro líneas,

de un incompleto renglón  de caligrafía.

ALFARERO

Alfarero  que decidiste un día

arrinconar  tu arcilla dócil

más allá de la soledad.

Tus manos que cargaron el barro

tantas veces alrededor del sol

hoy se hallan vacías,

apenas con residuos

de silencio y resignación.

En ti habitaron mansas

las palabras cansadas

de tanto predicar la verdad,

de caminar vehementemente

sobre la inocente ceremonia

blanca del papel.

Tu oficio transcurrió: en la humildad

de una sílaba secuestrada

en las frescas mejillas

de geranio y de sol

y en  la rosa  del ventanal

que perfumó mil veces

la canción de la idea y la razón.

Viajero inquieto, amigo del exilio,

en cada despedida,

escondías entre tus penas,

amapolas y azucenas.

            Fausto Edmundo Ochoa Palacios 

     (Cañar, 1952). Doctor en Educación y Planificación. Máster en Educación Básica. 

     Licenciado en Ciencias de la Educación. Especialista en Docencia Universitaria. Profesor en los niveles primario, medio y superior. En este nivel dio las cátedras de Pedagogía y Literatura. Se desempeñó como Director Provincial de Educación del Cañar. Fue rector del Instituto Superior Pedagógico "Luis Cordero".


 

 

 


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