"ITINERARIO DEL VIENTO" - Poemario de Fausto Ochoa
TERCER PREMIO
III CONCURSO NACIONAL DE POESÍA
"DAVID LEDESMA"
ITINERARIO DEL VIENTO
AUTOBIOGRAFÍA
Como me dan ganas un
día de estos
desnudarle toda a mi
nacencia,
y cubrirle las
entrañas, con harapos
y los recuerdos que
traigo en estos versos.
Nunca comprendí
y no quiero
comprender,
¡ya para qué!
Por qué el viento y
la garúa
me regalaron este
nombre
si los infaustos
acariciaron
más de una vez,
cada milímetro del
sur de mi nostalgia
y mojaron cuantas
veces
el negro escorpión de
mi destino.
Escuela poblada de inocencia,
a la vuelta de siete
calendarios.
Alfabeto de
nostalgia,
del remiendo y la
querencia.
Fui compañero del
mirlo,
del altamizo y la pobreza.
Un día sin darme
cuenta
llegué aquí,
caminando descalzo
sobre la neblina y el
silencio,
para no despertar la
nostalgia
dormida en el rostro
de la infancia;
pero, en mi corazón
de motilón herido,
vine trayendo a
escondidas
un pueblo entero de
penas;
distancia que se aleja y me acompaña.
Acá yo inventé la
soledad
en seis años de
Lógica,
Gramática y ecuaciones.
De pronto un día,
la aurora y la
pobreza
me graduaron al fin
con un título que ya
fue usado
por un roble de
humildad
y me hice maestro
como mi padre,
amigo del alba y la
esperanza.
Ese mismo día,
me fui a fundar
sueños,
en cada tienda, más
allá
de los cuatro puntos
cardinales.
En el camino me
habitaron volcanes,
cansancios y
huracanes.
Entonces, cambié la
ausencia
por la sonrisa de un
niño
y el polvo de la tiza,
y la ceniza de los
años
por un abecedario y
un poema
y la viruta del fin
de la jornada
por una canasta de
recuerdos.
Hoy casi al fin del
camino
me siento al borde de
cada madrugada
a inaugurar promociones
de esperanza.
Tengo por amigos a
mis alumnos;
pero más me gusta
ser amigo de mis
nietos
con la única
condición
que siempre me llamen
de vos
y nunca me digan
abuelo.
En mis ratos libres,
me dedico a escribir
estos versos
que a veces nadie los
entiende;
pero me han de servir
algún día
cuando vuelva a
buscar
en la profundidad de
una noche,
la patria perdida de
mi infancia,
cuando la encuentre
iré llevando conmigo
el alma llena de
joyapas
cubierta con estos
versos.
RETRATO DE MI MADRE
Así era ella:
De la dimensión del
aroma azul
de su fogón de
eucalipto,
donde la ternura
enchalinada
abrigaba el invierno
de ocho décadas.
Verso perfecto de humildad,
inicial mayor de la
pobreza,
atada a la doméstica
faena
de mitigar la pena
en la parcela del río
y su salario de jabón.
Madre, cuantas veces
hiciste
con tu pueblerina oración
el milagro de multiplicar el grano
sobre la mesa de la
resignación.
Madre, cotidiana
lección
de silencio y abandono.
Fuiste grande, como
grande
fue tu último dolor.
Madre, cuantas veces
inundaste de pájaros
el huerto de mi infancia
y pintaste de colores
mi desordenado alfabeto de ayer.
Madre, allá donde
estés,
estarás humedeciendo
las enredaderas
de mis inciertas madrugadas;
o estarás descalza
apacentando
mis extraviados sueños,
o sembrando las nubes de rosarios,
tal vez con tus aldeanas
manos
hilando bendiciones y
escapularios.
ASÍ
ERA ÉL
Y
se marchó,
con el penúltimo viento de agosto,
a instalar sus penas
allá donde no llega septiembre
con su porfiada costumbre
de borrar los caminos.
Allá
reinauguró el dolor.
junto al río y el barranco.
Allá donde se alimentaba
de
su amarga realidad, cocida a medias;
pobre ración de la tardanza.
Allá donde era dueño absoluto y sin papeles
del empinado vuelo del cóndor,
y su vagabundo, horizontal secreto,
Allá donde para pastorear la pobreza
le bastaba un rebaño de esperanzas,
la redonda humildad de la torcaza y un
suspiro.
Posada del páramo y la yunga.
Vecino de la bruma.
Caminante que cada mañana
venía del otro lado del alba,
convocando al trabajo y la fatiga,
dando forma de ruego a la palabra,
en el predio de los pájaros y su porción
de cielo
sin linderos ni alambradas.
De repente, en silencio, un día
apagó el fuego de allá.
Arrimó la ceniza de la espera,
en la distancia, junto al camino
por donde pasó una garúa peregrina.
Tomó un puñado de olvido
y se vino neblina arriba.
Acá colgó lo que le quedaba del alma,
en la alta cordillera, en alguna espiga
del Sur,
donde nace y muere el viento
que viene por la fría herida de junio,
entre
la soledad del venado y el Buerán.
Así era Él:
Desdoblando los caminos,
de la aurora y la constancia,
de la esperanza y la fe,
recorriendo descalzo la geografía del
hambre,
cargando un sol en la espalda,
una ración de
suspiros en las palmas
y una jornada de
pesares en las tardes.
Y cuando la lluvia y el viento
le empujaron al abismo,
de
la pobreza, un día.
Me acurruqué al pie de su tristeza,
a la sombra de su labriega pena,
a conversar con la lluvia,
allí mismo recibí mis primeras
lecciones de resignación,
en castellano interrumpido
por la tarde, que se vistió de luto.
Entonces, nos sentamos
bajo el puente de la esperanza,
con el lobo del hambre triplicada a
esperar.
Cuantas veces
doblamos, los dos,
el camino del surco y
la garúa,
atados al cansancio;
al calendario del
libro y el arado.
Así era Él:
Con su
cuerpo abatido,
faenado y afligido,
zoología de la duda,
salario de gavilla,
insuficiente para el porvenir.
Silvestre y manso corazón de montaña
donde habitaba en tajos la nostalgia.
Y recuerdo que un
día sin fecha
por el surco que
ayer,
enterró la inocencia,
se abrió con paso
incierto
un hombre, sin pasado
Ese era yo.
Y el otro compañero
de coyuntura humilde
y sustantiva,
obediente del trabajo y la honradez,
legítimo dueño de la
pobreza.
Aquel, que hizo de la
tristeza
y la bondad su única
morada.
Aquel, a quién más de
una vez
le arrinconó la pena,
pero nunca la derrota.
Aquel, de andar lento
y sereno.
Ese era Él:
Mi Padre, mi amigo y
consejero.
MUDANZAS
Acabo de llegar,
tropezando con mi
soledad,
cargando fatigado
esta maleta de
mudanzas.
Traigo aquí entre
otras cosas:
Unas páginas descoloridas
y el alma cansada y
vacía
al pié de cada
cartilla.
Vengo harto de la
negligencia
de la voz del reglamento,
la campana y el
reloj,
renunciando al aroma
del eucalipto
y la menta del camino.
Un día no muy lejano
fui confidente y hermano:
de la siembra de
abril,
del frío y la
soledad.
Siempre estuve
recorriendo
la geografía de
hambre
de la vocal y la
esperanza.
Un día con el
itinerario del viento
llegué hasta aquí,
Y
aquí me encuentro abandonado,
sólo
con éstos despojos:
un libro, una tarea,
un nombre
y un corazón
desierto, en busca
de algo de paz, de soledad y calma,
donde asentar este poema,
y lo poco que me
queda del alma.
LO QUE ME QUEDA
Hoy,
que todo lo he perdido
y he cambiado el alegre
camino
del rocío
por
el silencio de estas calles vacías.
Hoy
que he cambiado
tantos
octubres de esperanza
por
el cultivo
de tímidas flores de añoranza.
Hoy
que me encuentro lejos
de
la campana que olvidó mi nombre
de
labrador inconforme.
Hoy que me encuentro
lejos de la acuarela
del lunes
y su Himno Nacional
aromado de poleo y
hierbabuena.
Hoy
que me encuentro abandonado
al
otro lado del interrumpido
calendario
del manual y la cartilla.
Hoy
que en mi soledad
me acompañan, azules recuerdos
que
intenté inútilmente
dejarlos
ignorados
en
algún lugar de un patio de recreo
y
que porfiados aún se columpian
aquí
adentro y sobreviven
al tiempo y al olvido.
Hoy sólo me queda
el transparente
camino de la escarcha,
que vine recogiendo
del alma de los niños.
Hoy
que he llegado hasta aquí
con
estos pasos vegetales
de eucaliptos y retamas
donde
termino la jornada,
tengo
unas ganas calladas
de
volver a recoger algún día
una
vocal que quedó atrapada
y
malherida en cuatro líneas,
de
un incompleto renglón de caligrafía.
ALFARERO
Alfarero que decidiste un día
arrinconar tu arcilla dócil
más allá de la
soledad.
Tus manos que
cargaron el barro
tantas veces
alrededor del sol
hoy se hallan vacías,
apenas con residuos
de silencio y
resignación.
En ti habitaron
mansas
las palabras cansadas
de tanto predicar la
verdad,
de caminar
vehementemente
sobre la inocente
ceremonia
blanca del papel.
Tu oficio
transcurrió: en la humildad
de una sílaba
secuestrada
en las frescas
mejillas
de geranio y de sol
y en la rosa
del ventanal
que perfumó mil veces
la canción de la idea
y la razón.
Viajero inquieto, amigo
del exilio,
en cada despedida,
escondías entre tus
penas,
amapolas y azucenas.
Fausto Edmundo Ochoa Palacios
(Cañar, 1952). Doctor en Educación y Planificación. Máster en Educación Básica.
Licenciado en Ciencias de la Educación. Especialista en Docencia Universitaria. Profesor en los niveles primario, medio y superior. En este nivel dio las cátedras de Pedagogía y Literatura. Se desempeñó como Director Provincial de Educación del Cañar. Fue rector del Instituto Superior Pedagógico "Luis Cordero".
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