miércoles, 12 de enero de 2022

Cuento "Una mordida", de Angie Araujo

 

Angie Araujo Guerrero

                                                   UNA MORDIDA  

La suave llovizna cae sobre el techo de la casa de mi vecino, mi mirada cansada se enfoca en el suave golpeteo que logro escuchar a través de mi ventana, disfrutando la paz de esta solitaria tarde; pues el resto de mi familia ha ido al funeral de un tío, a quien nunca conocí y tampoco me interesa, pero estoy agradecida con él, gracias a su lamentable deceso puedo gozar de esta lluvia nostálgica en silencio…, en paz.

Escucho la puerta de mi cuarto abrirse, a oscuras logro identificar el rostro de mi madre asomándose.

        -Ya llegamos, ven a cenar.

Se retira y me percato que me he quedado dormida. Me preparo mentalmente para soportar un día más los sonidos del infierno, bajo las escaleras para dirigirme al comedor, encuentro a toda mi familia reunida, cada quien en el mismo asiento que ocuparon desde que aprendieron a comer solos, como si existiera un cartel que indique el lugar exacto de cada integrante.

        -Buenas noches.

Desde niña me inculcaron la importancia de los saludos. Mi plato de comida está servido, paso mi mirada por los cubiertos, rodeo la silla y tomo asiento. Mi hermana mayor, la que mejor me comprende, me regala una tierna sonrisa, se la devuelvo con gusto. Dirijo un trozo de pan hacia mi boca y comienzo a masticar suavemente, sin embargo, no era la misma situación con mi tía, quien desgraciadamente se sentaba a mi lado derecho; todas las noches son iguales, tener que escuchar la comida siendo masticada con fuerza, revoloteando entre la saliva y su lengua, el ruido pastoso, grueso y asqueroso que al parecer sólo yo puedo percibirlo, ¡es agobiante!

Recuerdo un día, cuando tenía catorce años expliqué a mis padres cómo me siento al escuchar ciertos sonidos, mi sistema nervioso se descontrola paulatinamente.

        -Eso te pasa porque te quejas mucho -dijo mi madre.

        -Es que crees que sólo tú eres perfecta -la secundó mi padre.

        -Deberías escucharte a ti también.

Culminaron los ataques con el comentario de mi prima. Nunca nadie prestó especial atención a esto que me aqueja. He tratado de expresar este malestar con la necesidad de ¡por fin ser comprendida!, pero nadie escucha, es como si tratara de hablar a través del espejo, yo en el lado oculto, los demás en la claridad, disfrutando de no tener oídos hipersensibles y un estado de ánimo en constante calentamiento interno, antes de erupcionar, dañando mis órganos, pensamientos, dejando un rastro caliente con olor a azufre en mi interior, evaporándose la gracia de la amabilidad. Y ahora vuelve a ocurrir.

Trato de comer rápido para poder irme y dejar de escucharla, pero siento que cada cucharada no sirve, el plato sigue con ese trozo de carne, el sudor recorre mi frente, mi respiración se vuelve entrecortada. Está comenzando otra vez. El malestar, la desesperación, las ganas de llorar, la ira, el estrés, la ansiedad, todo se junta, me agobia. Comienzo a mover mi pierna izquierda para calmarme, tomo un poco de jugo de naranja, las lágrimas se aproximan, claman por salir, un grito desesperado se ahoga en mi garganta cuando trago la carne. Los cubiertos siendo golpeteados en su plato, el cuchillo pasando por la loza causando un chirrido insufrible, el tenedor siendo llevado a su boca, abriéndose exageradamente para dejar entrar la comida, los dientes tocando el tenedor, arrastrando el contenido, dejando una hilera imperceptible de saliva. Una mordida, un sonido, una puñalada.

Sus ojos se topan con los míos, su mirada confundida y el asombro del resto de mi familia no causan nada en mí, pero esa boca abierta, esa comida sobre la lengua, ese paladar, esa garganta, no lo soporto, todo me resulta nauseabundo, su rostro suplicante, su garganta chorreando a borbotones debido a la herida que le he hecho, todo es tan… ¡Al fin se calló, siento que por fin puedo respirar, mi cuerpo se relaja, finalmente ya no hay ningún maldito sonido!

                                             Angie Isabel Araujo Guerrero


Angie Isabel Araujo Guerrero (Machala -Ecuador, 11 de julio de 2001). Sus hermanas son: Lady y Heidy. Sus padres: César y Martha. Estudió en la Unidad Educativa Particular La Inmaculada, siendo este uno de  los principales medios para explorar su  gusto literario. Se destacó en atletismo: ganó medalla de oro dos veces consecutivas, en Resistencia.  Ha participado en concursos de Declamación y Oratoria; ha obtenido el segundo lugar en la mayoría de ellos. Integra el Talle Literario "Siete Lunas", dirigido por Daniel Calero Solís. Estudia Docencia en Lengua y Literatura en la Universidad de Guayaquil; actualmente cursa el quinto semestre. 

Foto: Cortesía de la autora.

  

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