viernes, 24 de mayo de 2019

Medardo Ángel Silva







 El escritor Medardo Ángel Silva nació en Guayaquil el 8 de junio de 1898 y falleció el 10 de junio de 1919 (dos días antes de cumplir los 21 años). Autor del poemario El árbol del bien y del mal (1918) y de la novela María Jesús (1919). Integró la denominada Generación Decapitada con: Arturo Borja, Ernesto Noboa y Caamaño y Humberto Fierro. Los cuatro poetas se suicidaron muy jóvenes. El próximo 10 de junio se cumplirá el centenario de su muerte.

                   El alma en los labios
                                                     Para mi amada

Cuando de nuestro amor la llama apasionada,
dentro de tu pecho amante contemples extinguida,
 ya que sólo por ti la vida me es amada,
el día en que me faltes me arrancaré la vida.

Porque mi pensamiento lleno de este cariño,
que en una hora feliz me hiciera esclavo tuyo,
lejos de tus pupilas es triste como un niño,
que se duerme soñando en tu acento de arrullo.

Para envolverte en besos quisiera ser el viento,
y quisiera ser todo lo que tu mano toca;
ser tu sonrisa, ser hasta tu mismo aliento,
para poder estar más cerca de tu boca.

Vivo de tu palabra y eternamente espero,
llamarte mía como quien espera un tesoro.
Lejos de ti comprendo lo mucho que te quiero,
y besando tus cartas ingenuamente lloro.

Perdona que no tenga palabras con que pueda,
decirte la inefable pasión que me devora;
para expresar mi amor solamente me queda,
rasgarme el pecho, Amada, y en tus manos de seda,
dejar mi palpitante corazón que te adora.

                               (El compositor cuencano Francisco Paredes Herrera 
                               tomó este poema como inspiración para crear el pasillo
                               que lleva el mismo título)



                      Aniversario

   Hoy cumpliré veinte años. Amargura sin nombre
de dejar de ser niño y empezar a ser hombre;
de razonar con lógica y proceder según
los Sanchos, profesores del sentido común.

   Me son duros mis años y apenas si son veinte-
ahora se envejece tan prematuramente;
se vive tan de prisa, pronto se va tan lejos
que repentinamente nos encontramos viejos
en frente de las sombras, de espaldas a la aurora
y solos con la esfinge siempre interrogadora.

   ¡Oh madrugadas rosas, olientes a campiña
y a flor virgen; entonces estaba el alma niña
y el canto de la boca fluía de repente
y el reír sin motivo era cosa corriente!

   Iba a la escuela por el más largo camino
tras dejar soñoliento la sábana de lino
y la cama bien tibia, cuyo recuerdo halaga
sólo al pensarlo ahora; aquel San Luis Gonzaga
de pupilas azules y rubia cabellera
que velaba los sueños desde la cabecera.

   Aunque íbamos despacio, al fin la callejuela
acababa y estábamos enfrente de la escuela
con el "Mantilla" bien oculto bajo el brazo
y haciendo en el umbral mucho más lento el paso,
y entonces era el ver la calle más bonita,
más de oro el sol, más fresca la alegre mañanita.

   Y después, en el aula con qué mirada inquieta
se observaban las huellas rojas de la palmeta
sonriendo , no sin cierto medroso escalofrío,
de la calva del dómine y su ceño sombrío.

   Pero, ¿quién atendía a las explicaciones?
Hay tanto que observar en los negros rincones
y, además, es mejor contemplar los gorriones
en los nidos, seguir el áureo derrotero
de un rayito de sol o el girar bullanguero
de un insecto vestido de seda rubia o una
mosca de vellos de oro y alas de color de luna.

   El sol es el amigo más bueno de la infancia;
nos miente tantas cosas bellas a la distancia,
tiene un brillar tan lindo de onza nueva! Reparte
tan bien su oro que nadie se queda sin su parte;
y por él no atendíamos a las explicaciones.

   Ese brujo Aladino evocaba visiones
de las mil y una noches -de las mil maravillas-
y beodas de sueño nuestras almas sencillas
sin pensar, extendían sus manos suplicantes
como quien busca a tientas puñados de brillantes.

   Oh, los líricos tiempos de la gorra y la blusa
y de la cabellera rebelde que rehúsa
la armonía de aquellos peinados maternales,
cuando íbamos vestidos de ropa nueva a Misa
dominical, y pese a los serios rituales,
al ver al monaguillo soltábamos la risa.

   Oh, los juegos con novias de traje a las rodillas,
los besos inocentes que se dan a hurtadillas
a la bebé amorosa de diez o doce años,
y los sedeños roces de los rizos castaños
y las rimas primeras y las cartas primeras
que motivan insomnios y producen ojeras.

   ¡Adolescencia mía! te llevas tantas cosas,
¡que dudo si ha de darme la juventud más rosas!,
¡y siento como nunca la tristeza sin nombre,
de dejar de ser niño y empezar a ser hombre!

   Hoy no es la adolescente mirada y risa franca
sino el cansado gesto de precoz amargura,
y está el alma, que fuera una paloma blanca,
triste de tantos sueños y de tanta lectura...!


Llamé a tu corazón... y no me ha respondido...


Llamé a tu corazón... y no me ha respondido...
pedí a drogas fatales sus mentiras piadosas...en vano! contra ti nada puede el olvido:he de seguir de esclavo a tus plantas gloriosas!

Invoqué en mi vigilia; la imagen de la Muertey del Werther germano, el recuerdo suicida...y todo inútilmente! el temor de perdertesiempre ha podido más que mi horror a la vida!

Bien puedes sonreír y sentirte dichosa:el águila a tus plantas se ha vuelto mariposa,Dalila le ha cortado a Sansón los cabellos;

mi alma es un pedestal de tu cuerpo exquisito;y las alas, que fueron para el vuelo infinito,como alfombra de plumas están a tus pies bellos!




           Danse d´Anitra 



Va ligera, va pálida, va fina,
 cual si una alada esencia poseyere.
Dios mío, esta adorable danzarina,
se va a morir, va a morir… se muere.

Tan aérea, tan leve, tan divina,
se ignora si danzar o volar quiere;
 y se torna su cuerpo una ala fina,
cual si el soplo de Dios la sostuviere.

Sollozan perla a perla cristalina,
las flautas en ambiguo miserere…
Las arpas lloran y la guzla trina…
¡Sostened a la leve danzarina,
porque se va a morir… porque se muere!



                       Se va con algo mío


Se va con algo mío la tarde que se aleja…
 mi dolor de vivir es un dolor de amar,
y al son de la garúa, en la antigua calleja,
me invade un infinito deseo de llorar.

Que son cosas de niño me dices…
 ¡Quién me diera, tener una perenne inconsciencia infantil,
 ser del reino del día y de la primavera,
del ruiseñor que canta y del alba de abril!

¡Ah, ser pueril, ser puro, ser canoro,
ser suave trino, perfume o canto,
crepúsculo o aurora; como la flor
que aroma la vida… y no lo sabe,
como el astro que alumbra las noches… y lo ignora!


                           Lo tardío

Madre: la vida enferma y triste que me has dado,
no vale los dolores que te ha costado;
no vale tu sufrir intenso madre mía,
este brote de llanto y de melancolía.

¡Ay! ¿Por qué no expiró el fruto de tu amor,
así como agonizan tantos frutos en flor?
¿Por qué, cuando soñaba mis sueños infantiles,
en la cuna, a la sombra de las gasas sutiles,
 de un ángulo del cuarto no salió una serpiente
que al ceñir sus anillos en mi cuello inocente,
con la flexible gracia de una mujer querida,
 me hubiera librado del horror de la vida?

¡Más valiera no ser a este vivir de llanto,
 a este amasar con lágrimas el pan de nuestro canto,
al lento laborar del dolor exquisito,
del alma ebria de luz y enferma de infinito!

                                                             Medardo Ángel Silva
                                                           (El Telégrafo, Guayaquil)

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