TRAFICANTE
DE SUEÑOS
Cuando desperté me costó volver a soñar, aunque muchas veces soñé
despierto. Con sueños que se dibujaban en un horizonte limpio y lozano, haces
de luz y esperanza de un alma que quiere volar hacia la cima de la aventura.
Otros sueños, en cambio, se perdían en las tardes marchitas de la ilusión
rompiendo el corazón del exhausto soñador. Sin embargo, testarudo, seguí
soñando, no para perder la costumbre, sino porque alguna vez la voz
subconsciente me dijo: ¡Soñar no cuesta nada! Movido por ese lema muchas veces
di rienda suelta al instinto soñador. No tuve que viajar distancias, ni
vestirme elegante, tan solo dejar que los pensamientos emanen el dulce jugo del
sueño y ,sin darme cuenta, otra vez estaba soñando; quizá era una forma de escape
a las pesadillas que la vida me ofrecía; pesadillas de las que intentaba
despertar soñando sueños de los más variados. Pero, me puse a pensar que tal vez
soñar sí tiene un costo, mientras soñaba vi cómo debía cancelar con las horas
de las madrugadas, con los momentos de ocio y hasta con el tiempo de mi trabajo,
y entonces me pregunté: ¿Por qué sigo soñando? ¿Acaso en la tienda más grande
de la existencia se expone el más bello de los sueños, con los que cualquier
soñador habría soñado? Unas veces eran sueños reales adornados con esfuerzo,
perseverancia, voluntad, sacrificio y hasta llanto. Otros sueños fantásticos
que me llevaban hasta la Luna, para soñar con los protagonistas de historias y
cuentos de érase una vez, con castillos en el aire que se dibujan y se
desvanecen cuando se abren los ojos al mundo: flash que ilumina la
penumbra de la tristeza y el dolor. Otros en cambio eran sueños inalcanzables, que
se pasan esperando los golpes de suerte ante la desdicha y los deseos, que se
quedan en la mente del infortunado soñador. Entre tanta diversidad y colorido
de sueños, en mis sueños sigo soñando, aunque los sueños me lleven a ser tan
solo un loco traficante de sueños, sumergido entre la ficción y la realidad,
creado para atrapar sueños que se quedan y sueños que se escapan.
Raquel
Sanmartín González
Torbellinos de perversos pensamientos se sembraron en el alma de los dos adolescentes,
asediados por el entorno disfuncional de la vida, vida con sueños de una niñez
truncada. El menor se acercó despacio fumando las últimas sobras de mariguana,
envueltas en un pedazo de papel arrugado, levantó la daga con la mano de Nerón,
incrustándola en las entrañas de una joven, luego le arrancó el órgano
palpitante, lo levantó más arriba de su cabeza, no como el trofeo de David,
sino para beber de esa fuente, vampiro que succiona el alimento para vigorizar
el coraje para las andanzas de la ulterior mísera existencia. Luego llegó el
turno indiscutible del otro adolescente, escupiendo por encima de su hombro las
sobras de la colilla de aquella hierba, también colocó sus labios para absorber
el último suspiro de una vida, que aun tibia preguntaba: “¿Por qué?”.
Raquel
Sanmartín González
DISOLUCIÓN
Era la ilusión de niño y la obsesión de adulto. Durante el día, fuera de
casa, alegre arrancaba sonrisas a todo el mundo; y en la noche, desde hace
mucho tiempo, en la alcoba mojaba la almohada con su llanto. Se decía: ¡Estoy cansado
de sonreír y hacer reír!
Raquel
Sanmartín González
Licenciada en Ciencias de la Educación. Profesora de Literatura y Lengua
Española. Escribe cuentos. Integra el Taller de Escritura Creativa “El árbol del bien y del
mal”, dirigido por el escritor y crítico de arte Daniel
Calero.
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