martes, 30 de julio de 2013

               
                Elegía a uno mismo

                                   Jorge Enrique Adoum
                                            
La edad se ha vuelto una enfermedad venérea
y casi casi cobardía: años de años
desperdiciados en durar, mucho tiempo bocabajo
sobre la duda, ya gastados los dientes
por los besos y hablar tanto, en los ojos
un asno de frecuente alcohol. De pronto encuentras
que para el último episodio, el único
de este western salvaje y eléctrónico
en que van a ganar por fin los pielesrrojas,
no basta la feroz dignidad de tus testículos
si no estás con todos tus resortes vivos
y no te basta, como antes o a los otros,
ir recogiendo firmas con tu profecía ni el cobarde
heroísmo de los solitarios en viciosas
sesiones de principios, ni te consuela
decirle al corazón que al fin y al cabo
te protesta: Vé tú, músculo voluntario
vestido de hojarasca, sería broma lo demás:
dirían que me envía el enemigo. Y te quedas,
anacrónico e hijo de vecino,
carajeando a James Bond en tu sillón de ruedas,
con tu hígado malo y tu aspirina
conyugal inútil, y tu decoro
tiene un dolor de cabeza
respetable, urbano, incorruptible.


                                                             Jorge Enrique Adoum
                                                                      (ecuatoriano)
Fotografía: capturadas en internet (2013).

lunes, 29 de julio de 2013

Una ciudad hecha sentimiento

UNA CIUDAD HECHA SENTIMIENTO

Ronal G. Soria
Diario Expreso (Guayaquil-Ecuador)
"EXPRESO pidió a nueve literatos que efectúen el ejercicio lúdico de pensar en la urbe en la que residen, para redefinirla desde su vena creativa.



24-07 |

UNA CIUDAD HECHA SENTIMIENTO
EXPRESO pidió a nueve literatos que efectúen el ejercicio lúdico de pensar en la urbe en la que residen, para redefinirla desde su vena creativa
Las ciudades son lo que sus habitantes asumen, desean o imaginan que sea. Desde la óptica del periodista estadounidense Gay Talesse, Nueva York, su ciudad, es un cúmulo de cosas inadvertidas. Es la urbe en la que los gatos dormitan debajo de los coches aparcados, de dos armadillos de piedra que trepan la catedral de San Patricio y de millares de hormigas que reptan por el Empire State.

Para el escritor guayaquileño Marcelo Báez, Guayaquil es la ciudad en la que los autos sobrepasan el número de peatones y los arquitectos abrazan como ejemplo otros lares. Un crucigrama de luces, un burdel donde los parques están enjaulados impidiendo la escapada de los próceres.

Es también la ciudad portátil, según lo que observa el poeta Fernando Cazón Vera, "que no puedo dejar de llevar hacia cualquier punto del planeta que me desplace".

Mirando un poquito más allá de la vivienda donde habitó, para Carmen Vascones, radicada actualmente en General Villamil, Playas, Guayaquil es "el asentamiento de la vida", recordando ese constante hábito de los porteños de levantar cada día una ciudad paralela en sectores agrestes que con el paso de las horas se convierten en nuevos barrios marginales.

Es la ciudad de la nostalgia, como aquella que Rosa Amelia Alvarado Roca, actual presidenta de la Casa de la Cultura Núcleo del Guayas, rememora, la "del río de memorias viejas, del río que lo arrulla y lo envuelve, de los cerros tutelares que lo cobijan, de sus caserones de madera que le crujen al tiempo, con sus chazas asemejando párpados semidormidos, bostezando al llegar la tarde".

También es el presente, como lo reconoce Sonia Manzano, a través de su particular visión en la que recrea aquel mediodía o filo de la tarde, cuando los ataúdes flotan por la avenida Quito.

La urbe, que cumple 478 años desde su fundación un determinado día de aventura española, tiene, al igual que la ciudad del periodista y escritor neoyorquino, pelotones de gatos. Sin contar las palomas, que pueblan parques y duermen en capiteles y cornizas; además de las iguanas, que posan inconmovibles para el turista y que representan un ícono más de esta ciudad cosmopolita.
Ronald G. Soria - Guayaquil


Marcelo Báez
ORACIÓN DE SANTIAGO DE GUAYAQUIL
En el nombre de mi padre, de mi hijo y del mangle santo
Vivo en una urbe donde todos le dan la espalda a la ría
Cada vez hay menos brazos de estuario
Los autos sobrepasan el número de peatones
Ciudadanos del primer puerto del reino de quito sufren de amnesia atemporal:
Disfrazan el presente en los centros comerciales
Han olvidado cómo vivían o pensaban sus ancestros
Los arquitectos abrazan como ejemplo otros lares
No miran a Roma o Atenas para reconstruirla
La devoción por el pasado es falsa como la sonrisa del burgomaestre
Por las noches, Santiago de Guayaquil es un crucigrama de luces
Un burdel donde los parques están enjaulados impidiendo la escapada de los próceres
Un paredón en el que van muriendo los oficios de antaño
Un teodolito vencido por las nuevas ordenanzas
El pasado es enemigo de esta ciudad consagrada
Es preciso encerrar a todos en un aula
Y enseñarles la historia general de este puerto

Carlos Eduardo Jaramillo
Guayaquil
Esta ciudad irradia a ciertas horas
una belleza tal
que no la tienen
ciudades más hermosas:
gesto de joven madre
ademán de ternuras olvidadas
suave memoria de algo
aún no perdido
Faz que sus hijos ven
sin inmutarse
inocentes del don acostumbrados
al calofrío de su amor
o violencia
retrocesos
a su época de novia
de amante adolescente
con el rostro inundado de lágrimas felices.

Fernando Cazón
Se dice que la Patria de cada quien es, sobre todo, su memoria. Es decir como a lo largo del tiempo el entorno, la tradición, la gente con su idiosincrasia y las vivencias entrañables van dándole la identidad necesaria al país o a la ciudad a la que nos pertenecemos. Y en todo ese conjunto de factores acumulamos Guayaquil, con sus río tutelar, sus cerros enanos, su estero, su infancia de madera y de caña y su metamorfosis permanente, se me ha convertido en una ciudad portátil que no puedo dejar de llevar hacia cualquier punto del planeta que me desplace. Aquí, además, nacieron y vivieron mis antepasados y aquí se quedarán mis hijos y sus descendencia.

Carmen Vascones
POÉTICA A GUAYAQUIL O PÉNSIL DE MEMORIA
La ciudad despunta en el tronco de un río, en la saliente de una noche se descubre la mirada, no soy la patria de nadie, ni la parcela siquiera del par. Soy el asentamiento de la vida. ¿Quién sabe de ti cuando despierto en tus brazos? Las calles parecen lunas dormidas en tu axila, tal vez llegue a la dirección de una de tus memorias. Los incendios en tu piel me dejan perplejo, socavo en tu barrio la soledad marchita: los piratas y saqueadores destilan hurtos de jugadas y comodines fondeando junto a barcos en espera
de ser sacados de las ataduras encalladas. Nadie puede quitarte tu belleza olor a fuente de pechiche, hojas de ceibos venciendo a las estatuas, guayacanes rivalizando con el sol que no cesa como tus movimientos asentando mangles y lodazales.

No de te dejes asfixiar por el ruido que opacan los portales de faroles de antaño. Todavía el pueblo juega naipes aún afuera de sus casas, los niños corren tras el juguero o el helado casero que tintinea en el portón de una calle cualquiera. Una mujer arrimada a la pared da de lactar, buses viejos pitan hasta colmar la paciencia, resisten jubilarse sin pensión designada. Ciudad olor a hollín y cloaca, sudor de pueblo estibador del destino. Déjate ver tal cual. Sé la paseante que se sienta en el parque a escuchar a los viejos contar sus historias, sé la niña que salta en un solo pie, sé tú misma sin perder tu identidad, no te dejes someter a diseños prestados, no te dejes amoldar al yugo de la vanidad. 

¿Quién se embarca en los puertos sin testigos? El emigrante escarba otra tierra, pisa la aventura en la colonia de su hastío. El amor naufraga en abandonos ¿Quién da vuelta a la llave? El dial del río toca el puerto. Muda la radio noticias cómodas e incómodas. Los muertos quedan a la entrada de la puerta. El cementerio abre de par en par las puertas. Allá la vida fue una quimera hambrienta. Allí nombres entintados de ecos y algo de paso con fiestas de miserias y progreso. El trago huele a naranja con puro destilado en voz de los pasillos. Julio Jaramillo: gentío de pasiones y nostalgias en la piel curtida del tiempo que rompen la prisión del amor. 

El candil de antaño parece luciérnaga extraviada en campos filiales. Te llevan tus peatones cogida de la mano para que no enloquezcas con el adelanto. Tus calles adoquinadas parecen rompecabezas escondiendo la raíz de una perla que no surge. La fiesta es señal de que no te dejas ensuciar por el silencio. Los lagarteros deambulan aún por el sereno. Mujer sitiada de balcones y edificios, tus pintores retratan lomas inexistentes junto a lagartos y caimanes petrificados en la soledad del barro cuando ha muerto su torneador. Tu eres más de lo que dicen, más de lo que callan, más de lo la letra atrapa. Sé tú, peatona que camina y te contempla sin prisa. Tu sonrisa atrae al mar. Tus lomas sentencian la vida. El cordón de tu existencia tiene más de un recuerdo, más de lo que te imaginas.



Daniel Calero Solís
CANTO A SANTIAGO DE GUAYAQUIL
En este puerto, junto al gran río
yo nací un tres de enero, hace tiempo...
El estero Salado es aliento
y, de almas amantes, delirio.

En Las Peñas la historia está en piedras.
Más allá el cerro Santa Ana juega
con colores del arcoíris riega
leyendas tejidas en ciruelas.

Santiago de Guayaquil, te canto:
Tierra de iguanas y papagayos
Tierra de bellas damas donde hallo
la alegría de admirar tu encanto.

Luis Carlos Mussó
CIUDAD DE SANTIAGO
UNO
¿Debo nombrarte, ciudad del cataclismo? ¿Debo hacerlo ahora que los rebaños de la noche pacen bruñidos sarmientos, antes de la vendimia?
En las cisternas un hálito de astromelias atrae a los gallinazos; y los cadalsos se levantan en torno a las abadías.
¿Debo nombrarte, ciudad cuando susurras la ausencia del signo? ¿Debo, cuando los altares evocan las guerras dudosas?

DOS
La agonía proviene del canto de los manglares. Y aunque hayan cesado los malos augurios, sé que no debo nombrarte, ciudad.
Cada lectura de tu piel abre mis ojos para que te reconozca evocando una vieja sabiduría que nunca supe retener. Pero que para sentirla cerca, basta con que recuerde que no debo nombrarte.

TRES
Y se abre la pleamar: ya hay una voz para la ría; para las terribles edades desnudas. Tu nombre se sumerge bajo ondas y lechuguines mientras, asomados sobre el negro golfo, vemos surcar a la pródiga muerte entre antorchas de agua.
Los barrios desolados le brindan homenaje con los cantos que el lenguaje nos niega.
La pleamar se abre a la usanza de un sol nocturno y siega por igual pantanos y sabanas. Y la sombra del silencio me aleja de cálidos bancos de arena; de ajetreados astilleros. Y la lectura de sus piras me acerca a una nueva ciudad. Pero descubro que er/ es la misma ciudad.

Rosa Amelia Alvarado
A GUAYAQUIL
Guayaquil, te pertenezco y me perteneces,….soy ciudadana de éste Guayaquil del río de memorias viejas, del río que lo arrulla y lo envuelve, de los cerros tutelares que lo cobijan, de sus caserones de madera que le crujen al tiempo , con sus chazas asemejando párpados semi dormidos, bostezando al llegar la tarde.

Soy ciudadana de éste Guayaquil del recuerdo, de la ciudad olorosa a cacao secándose al sol, de los pregoneros y su pregón, de las hamacas de mocora levitando en el aire, de las serenatas bajo los balcones volados con la ilusión en la pestaña.

Soy ciudadana de éste Guayaquil del juramento de J.J. y la guitarra de Rosalino Quintero, de las carretillas del malecón en la medianoche y las carmelitas de yema…Soy ciudadana del viejo barrio del Centenario, casa caserón de mis padres , raíces de sangre, donde se escuchó mi primera plegaria, mi primera ilusión y mi primer adiós……. Y soy ciudadana de éste Guayaquil altivo, de celeste y blanco, que no conoce de claudicaciones ni silencios.

Guayaquil te pertenezco y me perteneces.
¡ Y cómo no amar a Guayaquil, donde descansan mis mayores y bajo cuya tierra algún día dormiré;… como no amar su sol mañanero vestido de trópico! …. sus calles con olor a lluvia y patios con sabor a guayaba…. Y es que tengo a Guayaquil metido bajo mi piel, en mi sangre y en todos mis sueños, porque es el canto que me enseñaron a amar desde la cuna.

Y soy ciudadana de este Guayaquil de hoy, de las calles congestionadas, con ruido y metrovía, donde todo parece ir más de prisa, como si el tiempo hubiese perdido su compás. Este es mi Guayaquil, al que amo como se ama las voces de la tierra,
como se aman los amaneceres y las caídas de sol. Soy ciudadana de Guayaquil, guardián de mi pasado, de mis ancestros y de mi esencia huancavilca…

Guayaquil, te pertenezco y me perteneces.. y digo tu nombre con el respeto que decimos la plegaria mañanera y digo que es un honor ser guayaquileña, del Guayaquil de los algarrobos, los ceibos espectrales y los suches en flor…

Guayaquil, te pertenezco y me perteneces, como te pertenece mi canto de poeta y mis raíces de guayacán… . ¡Que tu voz con sabor a río retumbe sobre todos los silencios! ¡Que tu voz sea el fuego donde se consuman todas las ignominias!
¡VIVA GUAYAQUIL!

Sonia Manzano
Guayaquil es el encebollado a las diez de la mañana, el manto de nostalgia a las cinco de la tarde y, ya en la noche, el chisporroteo de las luces de neón que opacan el fulgor de las estrellas.

Guayaquil es el ataúd que flota por la avenida Quito, causando un caos vehicular de padre y señor nuestro. Es el puente peatonal que casi nadie utiliza, es la ambulancia que llega cuando el herido se ha muerto, es el incendio que consume, en seguidilla, cincuenta casas de caña; es la ciudad libre que, en su mayor parte, está cercada por rejas para que la delincuencia no se la lleve en peso.

Pero también Guayaquil es una fiesta las 24 horas del día: es el arroz con menestra, el patacón pisado, el cangrejo y la cerveza bien fría; es la confluencia de dos pasiones: la azul y la amarilla; es la salsa y el pasillo en franco mano a mano, es la madre que amamanta a los hijos propios y a los ajenos.

Guayaquil es su gente: risueña, sentimental y parlanchina; es la ciudad "radiante y bella", polícroma y en demasía coqueta, tanto que desde siempre se afina el talle con un cinturón de agua para mantener preso de su influjo seductor a su amante: el río que la sueña y que la baña.





Dalton Osorno.
Moriré en Santiago de la Culata Lima Londres Dublín de guadaña natural como el irlandés James Joyce.
Es medio día en el lar de los antiguos manglares y astilleros
los filibusteros se marcharon los incendios se extinguieron súbitamente
cacatúas de manta santiguándose ante el mismo patrono impostado
rosario pecado misal mitos cuitas felonías de un cacique forjado de habladas
tañer de enmohecidos bronces blasones pavores S.O.S. batahola correveidile
asentamientos éxodos invasiones conciliábulos cabildos escribanos códices
danza de furcias en el pútrido estero porfiadas jerigonzas de diestros ribaldos
angostillo de piedra laja para la cubrición de precio todo el quehacer del corta faldas
la ciudad luce guirnaldas puentes tranvías murales pasos molles monumentos soles
miasmas acechan al puerto fundida palabrería de viajantes escaldos cronistas
sus infatuados hacedores de la historia perdieron rumbo en la travesía del regato.
¿Cómo cifrar todas sus vidas en otras lenguas ciertamente?
¿Cómo instituirla de nuevo con sus nativos de remachada leyenda?
¿Cómo soñar con sus rubias mestizas morenas todos los regodeos vedados?
¿Cómo tallar en el guasango su rostro su extraviado rastro de tiempos vencidos?
¿Cómo levantar el catastro de Santiago del río y el estero después de muerto?
Aseveran las parlanchinas que en tierra puerto de ciegos el tuerto yace en la cárcel.

Fuente:

Edición impresa: 25/JULIO/ 2013. DIARIO EXPRESO. Guayaquil 
Fotografías: Pablo Peñafiel Torres.