"Señor Presidente:
Usted dice que no lee los anónimos, pero yo sé que los lee.
¿Sabe una cosa? Nos tiene hasta la coronilla con todos sus delirios de grandeza, payasadas, ostentaciones,, crímenes, mediocridad, locura.
Usted y su corte de opereta, usted y sus relaciones incestuosas -¿sabía que la gente dice que en Palacio hay gagones? ¿Sabe lo que son los gagones, excelentísimo señor? Perros, perros en los que se convierte la gente de mal vivir como ustedes dos-, usted y sus abusos.
Ya que derrocha usted, como lo hace, el dinero de las arcas fiscales, ¿por qué no busca en Europa -lugar tan bien conocido por su "querida" sobrina- uno de esos médicos que se ocupan de personas con la mollera alterada?
Búsquelo, hágase atender, lo necesita. El pueblo se dejará robar de todo corazón para que alguien le ponga, por fin, en el sitio donde debería estar hace mucho.
Cuídese, excelentísimo, en una de éstas le puede salir el tiro por la culata, no sería el primer engendro del que se deshace el país, acuérdese, haga memoria y verá que nunca faltó un fanático para terminar con la carrera de odio de más de un loco. Y, donde hubo unos, habrá otros.
Jorge Dávila Vásquez. María Joaquina en la vida y en la muerte."
Ilustre Municipalidad de Guayaquil, 2007, p. 90.
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