CARTA A MI PADRE
A Luis Amadeo Saquicela Lituma
Desde
que te fuiste padre…
también
tengo el deseo de partir
y vivo
¡ah, porque esa es la vida…,
vivir
y vivir!
Quince años
ya han transcurrido
desde
que tú dejaste nuestra casa
y
nuestros corazones; ¿sabes padre?
están
llenos de dolor y de nostalgia.
Cuántas
veces mis ojos se han llenado de naufragios
cuando
junto a tu sepulcro he recordado
aquel tiempo
en que tú me arrullabas
inmerso
sí, en inefables alegrías:
porque
a mi lado, padre, tú sentías
que un
abrazo etéreo te envolvía
y
hasta el Señor llegabas.
Siempre
brilló con plenitud en mi camino
la
clara luz de tus pupilas diamantinas,
que
buscaban siempre para mí un destino
libre
de errores, de dolor y espinas.
Nos
dejaste como ejemplo la grandeza
de ser
humildes, dignos y honrados
y en
la sangre: tu altivez y entereza
para
enfrentar el problema y superarlo.
Desde
la noche de aquel mayo triste
a
solas pienso y te recuerdo, Padre mío,
y a
veces grito para que puedas escucharme.
Yo
miro al cielo e imagino
que en
un ángel el alma de aquel hermano mío
camina
apresurado para darte mi recado.
Yo no
sé cómo comienzo por contarte
todas
las cosas que han pasado.
¿Sabes,
papito?, mi madre vive sola
y
tiene el corazón muy destrozado,
porque
en él guarda vivo el recuerdo
del
gran amor que se le fue dejando,
quiero
contarte que tus nietos niños
hoy ya
son hombres y que han crecido,
y que
han formado también ellos su nido:
retoños
nuevos, también han florecido.
Mis
hermanos y yo te recordamos siempre
con el
amor puro que tú nos impartiste
y al
conversar de ti, lentamente nuestro llanto
se
derrama silenciando las palabras en gemidos,
los
blancos crisantemos que gustabas
te
llevamos siempre los domingos;
mas,
¿sabes? siempre se tornan marchitos,
parece
que se han muerto,
porque
creo que acuden a buscarte
allá
arriba, en el cielo,
porque…
Padre, tú sí que eras
el
señor de nuestra casa,
el
creador, el formador…,
el
forjador de nuestros triunfos obtenidos.
Te
sentimos presente,
aunque
sabemos que estás ausente
porque
tú naces como el sol de cada día
en los
dolores hondos y en las alegrías.
Eres
para nosotros esa luz que perpetua siempre,
nos muestra
el camino, sin que exista el olvido.
A
veces pienso,
¿sabes
que mi corazón es ya casi un anciano?
Ha
envejecido de tanta tristeza
y yo
tengo ya el cabello cano;
a
pesar de que otoño aún no ha pasado por mis años
pero
he sufrido tanto yo por tu partida…
Ya no
estás presente en mis sueños
porque
lo que yo soy, te lo debo padre…;
lo
bueno que poseo tú me diste,
por
ello para mí, solo hoy existe
mi
Dios, tu imagen y mi santa madre.
En
este instante que intensamente vivo
he
querido escribirte esta carta sentida
para
que escuches allá en el horizonte,
donde
acaba la tierra y comienza otra vida
aunque
mi corazón ignore la lengua de los muertos,
vibrarán
mis palabras al llegar a tu oído
se acortará
la distancia y también el tiempo,
para
que, en un instante, tú me muestres el templo
dónde
habitan los justos y los padres buenos
y deje
de llorar y viva del recuerdo
tuyo, Padre mío, que estás en el cielo.
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Gracias por tus palabras.